EL FAMILIAR
En
el llano portugueseño es común oír hablar del El Familiar que viene a
ser aquella figura que El Diablo toma para presentarse en los sitios
donde él y los dueños han celebrado algún pacto: “… suele suceder que
Satanás se presente en persona o animal desconocido y aun puede ocurrir
que lo haga en forma de tronco con las ramas cortadas”. El monje alemán
Sufurino que en antiguos pergaminos hebreos advertía a todas las criaturas del universo de la forma siguiente:
“Los
espíritus diabólicos acostumbran tomar toda clase de formas tanto de
personas como de animales. Los más usuales, sin embargo, son las de
dragón o de cabra, aunque algunas veces se presentan en forma de gato,
gallina, cocodrilo, etc.”
Sin
embargo, sea de la forma que fuere, las narraciones de los
portugueseños han dado testimonio de lo que se conoce como “pactos con
el Diablo”.
La
señora Aurelia Quintero, habitante de la Aparición de Ospino narró:
Cuando yo tenía 9 años vivía con mi hermana Lucía Quintero en Río Claro.
Eso era muy solo en ese tiempo, imagínese yo tengo ya 56 años, ella
vivía con un señor llamado Antonio Cáceres. Yo apenas estaba aprendiendo
a leer las primeras letras. Casi no entendía ninguna lectura, pero yo
siempre observaba que en una troja que había en la sala de la casa el
señor Antonio guardaba celosamente un libro, el cual revisaba muy a
menudo. Muchas veces, estando escondida, lo vi subir por la vieja
escalera de madera, quitar unos sacos de fique y de un cajón sacar un
libro rojo, grande, “mala comparación”, del tamaño de un Biblia. Un día
mi hermana y él se fueron para el pueblo y me dejaron cuidando la niña.
Era mediodía. Apenas ellos se fueron me encaramé en la escalera y con
mucho temor de que ellos regresaran y pudieran sorprenderme, revisé
rápidamente el libro. Me quedé realmente asombrada, porque como un
milagro del mismísimo Diablo yo leí, sin vacilar, clarito lo que decía,
lo recuerdo como si fuera hoy mismo. Por fuera decía: El Libro Rojo de
la Cabra Infernal y cuando abrí las paginas leí un párrafo que
decía, más o menos así: Para hacer un pacto con el Diablo debe
conseguir tres huevos de una gallina negra y llevárselos, cuando sean
las doce de las noche para un camino oscuro donde haya muerto alguien y
este clavada una Cruz, allí coloca uno delante de
la Cruz y dos detrás… creo que había que llevarse los dos huevos que
estaban detrás de la cruz a los siete días y el Diablo le aparecía a uno
en forma de gallina negra. Lo cierto es que yo leí rápidamente lo que
pude y luego muy asustada por lo que había leído y porque si mi hermana
me conseguía revisando ese libro me daba una paliza, lo guardé cuidando
de dejar todo como estaba originalmente, sin rastro de mi curiosidad.
Ellos no regresaron. En la noche la niña se durmió. Yo me acosté con
ella y dejé la lámpara de querosén encendida. Me dormí y ya en la
madrugada, no tengo ni idea de la hora, desperté y vi el libro rojo
sobre la cama, a mi lado, abierto en las mismas páginas donde había
leído el pacto al mediodía, me levante llena de miedo, coloque el libro
de nuevo en el cajón, lo tapé con los sacos y no dormí más, pendiente
del libro hasta que amaneció. Yo jamás he sido sonámbula y sé que es
imposible que con el temor que uno antes tenía yo haya dejado de guardar
ese libro. Para mí fue un acontecimiento que nunca me lo he podido
explicar.
En
visita a Las Tucuraguas, más allá del Salto del Diablo, distante unos
nueve kilómetros de la carretera Panamericana, entre Agua Blanca y San
Rafael de Onoto, José Gregorio Vaca nos informa: Estando yo pequeño
vivía con mi tío Antonio Vaca y éste le trabajaba un señor llamado Pablo
Falcón. Un día Falcón le dijo a mi tío: mire Antonio yo tengo ganas de
hacer un pacto con el “Panaquire”, que así también le dicen a Lucifer.
Una noche el hombre agarró un machete, un litro de aguardiente y se
internó en la montaña. Fue solito. Ese otro día cuando apareció le dijo a
mi tío: ya estoy listo, él me dijo que me daba progreso, dinero, salud;
pero que le prometiera que al morir, él se haría cargo de mi alma. Yo
acepté y entonces me dijo: váyase y cumpla… sabe.
A
los pocos días vino un hombre extraño al lugar y le dió una fortuna a
Falcón por unas tierritas peladas que tenia aquí en Las Tucuraguas.
Falcón se residenció en Acarigua y fundó una carpintería, donde se
dedicaba a hacer guacales. Día a día el hombre se enriquecía y el
trabajo aumentaba. De todas partes venían los agricultores a encargarle
guacales.
Falcón
se puso millonario y mi tío que trabajaba con él en la carpintería le
dijo: Mire Falcón, a mi me da mucho miedo ese pacto que usted hizo. Yo
lo voy a dejar solo. Yo no sigo con usted… Falcón se quedó pensativo y a
la semana le dijo a mi tío: Antonio yo esta vaina la he pensado mucho y
voy a hablar con el personaje aquel y le voy a
decir que yo no sigo en este negocio. Así fue y no pasaron tres meses
sin que los hijos de Falcón cayeran presos, la carpintería se quemó, y
Pablo Falcón se murió.
En
el fundo El Chaparral, por la vía de la Choconera, en Turén, también
existió un señor de apellido Perozo que según, decía la gente del lugar,
tenía pacto con el Diablo.
A
este ganadero, según los comentarios, Lucifer le mandó un toro negro
que era, supuestamente. El Familiar. Ese toro se encargó de recoger todo
el ganado suelto que andaba por la sabana. Llegó un momento que el
ganado no cabía en los corrales. Un día el dueño del fundo se enfermó y
se agravó. La esposa, que desconocía el trato hecho por el hombre, mandó
a buscar un sacerdote para que lo confesara y le ayudara a bien morir.
Cuentan los testigos que presenciaron el acontecimiento que cuando llegó
el sacerdote “El Familiar” saltó la cerca del corral, la cerca de la
posesión y se fue camino abierto por la sabana, llevándose tras sí toda
la inmensa manada de ganado vacuno.
En
Sabana Dulce, Pedro Guédez nos refirió una historia que le contó su
abuelo Don Gerónimo Laya y que ocurrió más o menos para el año de 1910,
en un fundo propiedad de un señor de apellido Novellino.
Decían
los campesinos que ese elemento tenía pacto con el Diablo y que en su
hato había un toro blanco (El Familiar) que andaba suelto por la llanura
y nunca lo pudieron enlazar, pero en ese hato cada vez aumentaba mas el
ganado y todas las semanas sacaban arreos inmensos de animales y el
hato igualito, llenos los corrales. Un día el caporal del hato se
dispuso, junto con otros peones, a enlazar el toro y cada vez que lo
llevaban alcanzado parecía que se elevaba por los aires y se ponía más
adelante… más adelante. Llegó un momento en que lo encerraron en una
ensenada, todos eran buenos jinetes, llaneros amansadores, sin embargo,
el toro desapareció y apareció en la parte alta,
mirando con ojos centelleantes. El caporal no se dio por vencido y con
los peones le salió de nuevo al encuentro. El toro embistió al caporal e
hirió de muerte al caballo. Cuando el caporal se agachó para tratar de
auxiliar al caballo, el toro se paró en dos patas, bufeó muy fuerte, se
regresó con los ojos despidiendo candela y corneó al caporal quien cayó
al suelo agonizante. Los peones lo llevaron al corredor de la casona
donde habitaban los dueños. El caporal pedía agua… agua. Los presentes
negaron el agua al moribundo por considerar que era perjudicial debido a
la grave herida que presentaba en el abdomen. El hombre murió y cuentan
que durante muchos años fue común para los habitantes del hato oír por
las noches el trote de un caballo que llegaba al corredor y se
escuchaban los pasos hasta el tinajero donde servía el agua en la
totuma. Luego se oían las pisadas de las botas de regreso y el pasitrote
del caballo al alejarse de la casa. De la familia no se supo más nada,
la hacienda se tornó en ruinas y la gente aún sostiene que en Sabana
Dulce, en noches de luna clara se ve el toro blanco atravesar la
llanura, corriendo como alma que lleva El Diablo.
En
Píritu, estando agonizando, desde hacía varios días, el señor Esteban
Pérez, cuñado de Don Albino Quintana, conocido comerciante de esa
población de los años cuarenta y abuelo del periodista Coromoto Álvarez
Quintana y encontrándose de visita en la casa del
enfermo la señora Petra Parada y en presencia de la niña Jovina
Quintana (hoy viuda de Álvarez), llego en pleno día, un hombre a
caballo, desconocido por todos, bajó de la bestia y entró al corredor de
la casa, sin decir absolutamente nada, pasó a la habitación del
moribundo, lo observó y de la misma forma como llegó, salió. Esa misma
tarde Esteban Pérez dejo de existir. Después se regó como pólvora entre
el pueblo piriteño el comentario de que éste hombre tenía pacto con El
Diablo.
El
señor Baudilio Mendoza, de 83 años de edad, residenciado en Palo Alzao,
caserío ubicado cerca de Biscucuy, nos informó: se puede recibir
beneficios de El Diablo sin necesidad de pactar con él, prueba de ello
es la magia de las habas. Trato que uno hace sin correr ningún riesgo.
Este trato se hace así: se mata un gato negro, un día sábado cuando
suene la primera campanada de las doce de la noche, se le mete un haba
en cada ojo, otro debajo de la cola y una en cada oído. Luego se
entierra en un solar desocupado que esté cercano a la casa y se le cubre
de tierra, después se riega todas las noches con poco agua cuando sean
las doce, hasta que las habas hayan brotado y estén maduras. Cuando esto
sucede se corta la mata se lleva para la casa y se ponen las habas a
secar para cuando llegue el momento de usarlas.
Una
haba metida en la boca tiene la propiedad de hacer invisible a la
persona. Manteniéndola apretada con el dedo del corazón de la mano
izquierda se puede llamar a El Diablo y éste se presentará para ponerse
incondicionalmente a las órdenes de quien posee el haba.
Se
debe tener presente que por las noches cuando se van a regar las matas,
se aparecen muchos fantasmas y manifestaciones extra-sensoriales para
asustar al interesado. Eso es normal, pues al demonio no le gusta servir
sin que haya mediado un trato, donde esa persona le haya entregado el
alma. Es recomendable no asustarse y al llegar al lugar donde este
enterrado el gato negro ponerse de rodillas, hacerse la señal de la Cruz
y rezar un credo.
Se
comenta que en Portuguesa cualquier persona que desee superarse
económicamente puede venderle un familiar o un amigo a Lucifer sin
necesidad de que la persona vendida tenga conocimiento del negocio
realizado.
Ana Belén Amor Garcia