En San Carlos, cuando transcurría la Guerra de Independencia y antes de
la masacre que acometiera el sanguinario caudillo realista Domingo
Monteverde, sucedió un presagio maligno que alteró el ánimo de los
defensores de la ciudad. Por aquella época, la situación en todo el
país, era angustiosa. Venezuela lucía un aspecto postrado y sin
esperanza, en un estado de miseria que cada día se acentuaba más y más.
Pero, en San Carlos, como siempre, todas las cosas pasan al revés. Los
residentes, fieles a sus costumbres organizaron fiestas en honor a la
Virgen del Carmen, esta vez, con el encargo de salvar su querida ciudad.
Don Carmelo Herrera, jefe de las fuerzas patrióticas del lugar, tenía
una esposa, Mercedes, quién, según los pobladores de este paraje,
resultó ser muy agraciada: de buen corazón, cuyo andar enloquecía a los
hombres y opacaba a las demás mujeres. Herrera, fue conocido por ser un
hombre duro, soberbio y calculador, al que poco le importaba el
sufrimiento o la felicidad de otros, incluyendo las tropas a su mando:
todo debía hacerse cuándo y cómo él lo dijera. Contaba con ágiles
ayudantes, entre ellos, el joven teniente Eliseo, su hombre de confianza
y su mano derecha.
Se cuenta que el teniente Eliseo era una persona muy aislada, seria,
poco conversadora y que parecía llevar una carga muy grande en su
conciencia, que no lo dejaba permanecer tranquilo, por lo triste y, a la
vez, lo desafiante de su mirada.
Eliseo, además de teniente de las fuerzas patrióticas de Herrera,
resultó ser un gran un gran exponente del deporte más practicado para el
momento: “El Coleo”. El sábado de toros coleados dedicados a la Virgen
del Carmen, fue su última victoria. Asistieron todas las personalidades
importantes del lugar, entre ellas, el general Herrera y su hermosísima
esposa, dueños de diferentes fincas, hatos y negocios productivos para
la región, dando empleo a un sin número de coleadores, como era el
teniente Eliseo.
Serían, aproximadamente, las dos de la tarde, hora en la que debía
iniciarse el primer turno, los coleadores comenzaban a prepararse para
su faena. Todo el pueblo estaba pendiente de sus actuaciones. En su
casa, el general Herrera le ordenaba al teniente Eliseo escoltar a su
esposa Mercedes hasta donde ella pudiera mirar con comodidad aquellos
juegos. En el trayecto, ella tuvo la osadía de decir en voz alta:
– ¡Teniente, qué guapo que está hoy!
El teniente bajó la cabeza y sin palabra alguna inclinó la mirada hacia ella, y con gesto de vergüenza le dijo:
–Esto, no puede ser...
– ¿Por qué no? Sabes que nos amamos hace años, aunque no tengas el valor de decirlo...- le contestó Mercedes.
-Tú sabes que me debo a tu marido. Le replicó el teniente.
Mercedes, al oír las duras palabras de Eliseo, se dispuso a permanecer
en silencio, queriendo expresar así, su contrariedad ante el hombre a
quien amaba. Al llegar al lugar de la competencia, Eliseo, dejó a
Mercedes en la tribuna y buscó su caballo, para entrar en acción.
Pasadas las intervenciones de todos los coleadores, el pregonero de la
fiesta anunciaba el ganador del primer lugar: el teniente Eliseo, de
maravillosa actuación. Cuando el vencedor recibía su premio, observó en
la distancia la discusión entre el general Herrera y Mercedes, puesto
que ella deseaba retirarse del evento y este alegaba que debía estar
allí en todo minuto a su lado. Eliseo dejó olvidado su homenaje
dirigiéndose al lugar de los hechos, en donde quiso interponerse para
evitar que el altercado se prolongara y trajera graves consecuencias,
pero, esto no sirvió de nada, porque la furia invadía cada vez más a
Herrera, al punto de pretender golpear a la débil dama. Eliseo se armó
de valor y decidió impedir que su jefe, al que tanto respetaba,
lastimara a la mujer dueña de su corazón y fue entonces cuando se
interpuso en medio de los dos y mirándole a la cara con gesto desafiante
le dijo:
– ¡No se atreva a lastimarla!
El General aturdido por tono de voz con el que le hablaba y por la
intromisión a un problema ajeno a sus atribuciones le respondió:
– ¿Qué es lo que te pasa, Eliseo? ¡Acaso te volviste loco! ¿Por qué te metes es esto?
-No me pasa nada, mi general, sólo que no voy a permitir que maltrate a
la mujer a la que tanto quiero y he querido desde siempre. Alegó Eliseo.
–Te has atrevido a traicionarme y pagarás por eso, infeliz. Vociferó Herrera.
–Si es así, asumo las consecuencias. Respondió Eliseo y se dirigió a Mercedes diciéndole:
-Volveré por ti amada mía...
Eliseo montó en su caballo y sin mirar atrás se dio a la huida. Herrera,
desconcertado y furioso, por lo sucedido, ordenó a un grupo de sus
soldados perseguir al hombre que lo había traicionado y les mandó traer
la cabeza de Eliseo, para corroborar su muerte. El grupo, pesaroso,
salió en la búsqueda de su otrora teniente, para cumplir el mandato del
general. Galoparon sin parar durante dos días y tres noches, hasta que
encontraron evidencia del rastro del teniente.
Mientras los soldados iban tras Eliseo, éste cabalgaba con más fuerza
para escapar de la muerte, estuvo escondiéndose en Tinaco y en Laya
donde pasó muchos trances y peligros, pero no se rindió ante nada y
siguió su rumbo. Finalmente, los soldados lograron descifrar la huida de
Eliseo y fue entonces cuando decidieron tenderle una emboscada llegando
a El Pao. Allí esperaban a Eliseo, quien se acercaba cada vez más a lo
que sería su fallecimiento.
Aproximadamente a las seis de la tarde, los perseguidores lo detectaron.
El sargento que los comandaba, ordenó a uno de sus soldados esperar el
paso de Eliseo, cuando éste pasó por el lugar, el machete silbó, y de un
solo tajo fue decapitado. La cabeza voló y cayó a unos siete metros del
lugar, el caballo se encabritó y, en una última acción refleja, el
cuerpo del descabezado se posesionó del cabalo, afirmándose en los
estribos y sus manos aferradas a las riendas del castaño, que emprendió
veloz carrera hacia el lugar donde había venido, poseído por la fuerza
del fallecido Eliseo.
Los soldados al ver tal acontecimiento se quedaron perplejos y
horrorizados durante unos minutos, pasado este tiempo el sargento
dispuso recoger la cabeza de Eliseo para llevársela al general Herrera y
así demostrarle el cumplimiento de su mandato. Ellos llegaron a la
conclusión que más adelante se encontrarían con el cuerpo, pero ni el
caballo ni el cuerpo encima del decapitado, pudieron encontrarse jamás.
Los soldados se dirigieron al aposento de su jefe para contarle todo lo
acontecido, allí fue grande su asombro, pues encontraron al general
tendido en el suelo y con poca respiración, los soldados le prestaron
auxilio y lograron estabilizarlo. Al rato, Herrera, logró volver en sí y
entonces contó lo que había presenciado.
– ¡Lo vi! Exclamó, Herrera, con las palabras entrecortadas y un tono tembloroso.
– ¿Qué vio, mi general? Decían los hombres.
– ¡Cuéntenos! Dijo el sargento. Herrera comenzó su narración:
–Estaba caminando cerca de la plaza cuando, de pronto, sentí el galopar
de un caballo y voltee, así fue como miré una especie de neblina densa,
sentí un escalofrió tan enorme que la piel se me puso de gallina, hasta
se me heló la sangre y fue entonces cuando presencié que, a lento paso,
como buscando que yo mirara atentamente, al caballo de Eliseo con éste
cabalgando sobre su lomo, pero lo macabro de la visión era que el animal
lo conducía un descabezado.
–Mi general, fue cierto lo que vio, porque nosotros, acá traemos la
cabeza del fugitivo. Le explicó el sargento a cargo de la misión.
Herrera entró cayo en undesconcierto en el que reía sin parar; la
noticia lo había trastornado, en aquel momento optó por tomar la cabeza
de Eliseo y llevársela a su esposa Mercedes, a la que tenía encerrada en
su cuarto, para que no escapara en busca de Eliseo. Cuando el general
llegó a la habitación le lanzó a sus pies la cabeza de su amado y ésta
horrorizada se tendió en llantos de sufrimiento por la perdida de su
gran amor y pidió que al menos se le diera sepultura a la cabeza de
Eliseo, puesto que, su cuerpo no tenía paradero.
Al día siguiente, los realistas, finalmente, tomaron San Carlos y lo
arrasaron casi por completo, al tiempo que Mercedes, consiguió la
resignación que su alma necesitaba, quitándose la vida. Herrera, luego
de haber abandonado su puesto de combate y sobrevivir cobardemente, se
volvió loco buscando el cuerpo de Eliseo, porque supuestamente él, le
salía todas las noches y no lo dejaba vivir en paz.
Cuentan los viejitos del pueblo que Eliseo, se convirtió en una leyenda
de terror y que todos los años, en las festividades en honor a la Virgen
del Carmen, él cabalga las llanuras de San Carlos, en busca de su
cabeza y de un amor prohibido que lo arrastra con su montura, sin
descanso alguno hacia las calles de un interminable infierno.