viernes, 15 de marzo de 2013

Leyendas de amor






Según la historia, que se cuenta desde antes que el niño se hiciera hombre, y el hombre anciano.

El sol y la luna eran, dos enamorados, dicho amor no tenia condición alguna pues era en esencia puro y benigno.

Como ocurrió todo? Como se hizo fuerte dicho amor?; son enigmas que pues nadie sabia con certeza la respuesta, Unos decían que fue amor a primera vista, otros que fue producto de que se conocieron de niños y cuando se hiciera adolescentes se enamoraron, y los últimos decían que no se conocían mas que por leyendas y por mensajes que les llevaba el viento.

Y fue a si como Afrodita, la diosa de la belleza y el amor, sintió celos que una pareja de mortales pudiese sentir tan grande amor.

Y entonces decidió demostrar que el amor de dichos humanos no era tan grande, para lo cual bajo del Olimpo, y se presento frente al mancebo, con toda su belleza, y haciendo gala de su máximo poder de seducción, poder tal que ninguna mujer puede manejar también como ella.

Pero ante la sorpresa de Afrodita, el mozo, puesto en pie le dijo, mi señora se que sin duda usted a de ser la mujer mas bella que existe, y su dulzura mayor que la de cualquier ser mundanal.

Pero mi corazón solo es de luna, mi amada mujer, Pues para mi ella es mas deseable mas que Oro refinado. Dulce que la miel y de miel que destila del panal.

Entonces Afrodita indignada al no poder tentar al Hombre y darse cuenta que su amor superaba incluso a los dioses.

Ordeno separarles para siempre.
Y a si mando al hombre a que solo saliera en día y a la mujer de noche de esta manera nuca se encontrarían y ese amor se agotaría.

Sin embargo, dicho amor nunca se termino y entonces llego la bendición de Zeus el cual no pudiendo deshacer la orden de Afrodita, le dio una posibilidad, y le dijo al hombre que cuando quisiere ver a su amada debía esforzarse al máximo y entonces podría ver el borde del rostro de su amada.

Desgonces en los días cuando la temperatura es alta, es que el sol brilla con toda su intensidad, entonces se puede ver la silueta de la luna en horizonte.

Y no es otra cosa que el Sol que quiere mirar desde lejos a su amada Luna.

Dios Eros

Eros es el dios del amor. En un principio se consideraba nacido a la par de Gea y del Caos. También se piensa que nació del Huevo Original engendrado por la Noche, cuyas dos mitades al romperse formaron el cielo y la tierra respectivamente.
Otras versiones que insistían en verlo como un dios menor, y que le quitaban el simbolismo de cohesión interna del cosmos, apuntaban que Eros era un genio intermediario entre los hombres y los dioses, y que había nacido de Poros (el Recurso) y Penía (la Pobreza). Se caracteriza por ser una fuerza inquieta e insatisfecha.
La tradición más aceptada y difundida establecía que era hijo de Afrodita (diosa del amor) y de Hermes (mensajero de los dioses). Gracias a los poetas clásicas Eros adqurió su fisonomía más conocida que es la de un niño alado, que se divierte llevando el desasosiego a los corazones.
Sin embargo, se ha descubierto que hay diversas genealogías para este dios. A veces se le tiene por hijo de Hermes y Artemisa Ctonia, o bien de distintas Afroditas. Así habría un Amor, hijo de Hermes y Afrodita Urania, Anteros -amor contrario o recíproco- hijo de Ares (dios de la Guerra) y Afrodita (hija de Zeus y Dione). Otro sería hijo de Hermes y Artemisa (hija de Zeus y Perséfone) y es este el que se identifica más con el tradicional niño alado.
Puede ser según ciertas representaciones que los inflame con la llama del amor, o que los hiera con las flechas. Pero por más ingenua que sea su apariencia, se adivina en el fondo al dios poderoso y grande. Su madre le tiene muchas consideraciones y cierto temor.
Una de las historias más conocidas y además muy romántica donde interviene Eros, es en la que se enamora de la mortal Psique, y de cómo pierde a su amada y luego la recupera, casándose con ella.
En ocasiones, se le llama Amor o Amores, y su versión latina es conocida como Cupido.

El venado de piedra

EL VENADO DE PIEDRA

Caminaba días con la ilusión ingenua de   Encontrar el venado blanco con la caramera de catorce puntas, tan encantado y pleno de magia, que para matarlo   se necesitaba un cuchillo con la cruz labrada a cuchillo y cera  Bendita de una vela de Semana Santa. 9.

Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela, caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua, por los alrededores de la represa de Las  Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho, éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños, parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen  rato parado sin que mi compadre pudiera dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros, entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres, porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días al levantarnos salíamos a  revisar las trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas estaban vacías. En la penúltima   conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la  tierra como desde la primera trampa respondió con tono  espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas.

El mito de Al Andalus

Dentro de los recientes debates que han sacudido Estados Unidos sobre la conveniencia de colocar una mezquita o centro cultural islámico cerca de la "zona cero" de Nueva York (objeto de los atentados del 11-S de 2001), pocos se han parado a pensar por qué ese centro cultural iba a tener un nombre tan rotundamente español como Casa de Córdoba. Y es que la historia de Al Andalus ( o su mito renacido a partir del siglo XIX como paradigma de tolerancia entre religiones y de elevada cultura) tiene todavía hoy una gran fuerza
También es interesante destacar las referencias - un tanto inquietantes- a Al Andalus entre el islamismo más radical, entendido como una región perdida ante los cristianos.
Hasta el propio presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, citó en El Cairo la historia de Al Andalus como ejemplo de convivencia entre culturas

Para tratar este tema - que trabajaremos en clase pero que se puede comentar también en el blog- os propongo algunas lecturas: una, surgida tras el 11-S, con una visión sumamente reposada del tema; una visión más negativa desde este artículo del diario Ya

viernes, 8 de marzo de 2013

La jineta sin cabeza

En San Carlos, cuando transcurría la Guerra de Independencia y antes de la masacre que acometiera el sanguinario caudillo realista Domingo Monteverde, sucedió un presagio maligno que alteró el ánimo de los defensores de la ciudad. Por aquella época, la situación en todo el país, era angustiosa. Venezuela lucía un aspecto postrado y sin esperanza, en un estado de miseria que cada día se acentuaba más y más. Pero, en San Carlos, como siempre, todas las cosas pasan al revés. Los residentes, fieles a sus costumbres organizaron fiestas en honor a la Virgen del Carmen, esta vez, con el encargo de salvar su querida ciudad.
Don Carmelo Herrera, jefe de las fuerzas patrióticas del lugar, tenía una esposa, Mercedes, quién, según los pobladores de este paraje, resultó ser muy agraciada: de buen corazón, cuyo andar enloquecía a los hombres y opacaba a las demás mujeres. Herrera, fue conocido por ser un hombre duro, soberbio y calculador, al que poco le importaba el sufrimiento o la felicidad de otros, incluyendo las tropas a su mando: todo debía hacerse cuándo y cómo él lo dijera. Contaba con ágiles ayudantes, entre ellos, el joven teniente Eliseo, su hombre de confianza y su mano derecha.
Se cuenta que el teniente Eliseo era una persona muy aislada, seria, poco conversadora y que parecía llevar una carga muy grande en su conciencia, que no lo dejaba permanecer tranquilo, por lo triste y, a la vez, lo desafiante de su mirada.
Eliseo, además de teniente de las fuerzas patrióticas de Herrera, resultó ser un gran un gran exponente del deporte más practicado para el momento: “El Coleo”. El sábado de toros coleados dedicados a la Virgen del Carmen, fue su última victoria. Asistieron todas las personalidades importantes del lugar, entre ellas, el general Herrera y su hermosísima esposa, dueños de diferentes fincas, hatos y negocios productivos para la región, dando empleo a un sin número de coleadores, como era el teniente Eliseo.
Serían, aproximadamente, las dos de la tarde, hora en la que debía iniciarse el primer turno, los coleadores comenzaban a prepararse para su faena. Todo el pueblo estaba pendiente de sus actuaciones. En su casa, el general Herrera le ordenaba al teniente Eliseo escoltar a su esposa Mercedes hasta donde ella pudiera mirar con comodidad aquellos juegos. En el trayecto, ella tuvo la osadía de decir en voz alta:
– ¡Teniente, qué guapo que está hoy!
El teniente bajó la cabeza y sin palabra alguna inclinó la mirada hacia ella, y con gesto de vergüenza le dijo:
–Esto, no puede ser...
– ¿Por qué no? Sabes que nos amamos hace años, aunque no tengas el valor de decirlo...- le contestó Mercedes.
-Tú sabes que me debo a tu marido. Le replicó el teniente.
Mercedes, al oír las duras palabras de Eliseo, se dispuso a permanecer en silencio, queriendo expresar así, su contrariedad ante el hombre a quien amaba. Al llegar al lugar de la competencia, Eliseo, dejó a Mercedes en la tribuna y buscó su caballo, para entrar en acción.
Pasadas las intervenciones de todos los coleadores, el pregonero de la fiesta anunciaba el ganador del primer lugar: el teniente Eliseo, de maravillosa actuación. Cuando el vencedor recibía su premio, observó en la distancia la discusión entre el general Herrera y Mercedes, puesto que ella deseaba retirarse del evento y este alegaba que debía estar allí en todo minuto a su lado. Eliseo dejó olvidado su homenaje dirigiéndose al lugar de los hechos, en donde quiso interponerse para evitar que el altercado se prolongara y trajera graves consecuencias, pero, esto no sirvió de nada, porque la furia invadía cada vez más a Herrera, al punto de pretender golpear a la débil dama. Eliseo se armó de valor y decidió impedir que su jefe, al que tanto respetaba, lastimara a la mujer dueña de su corazón y fue entonces cuando se interpuso en medio de los dos y mirándole a la cara con gesto desafiante le dijo:
– ¡No se atreva a lastimarla!
El General aturdido por tono de voz con el que le hablaba y por la intromisión a un problema ajeno a sus atribuciones le respondió:
– ¿Qué es lo que te pasa, Eliseo? ¡Acaso te volviste loco! ¿Por qué te metes es esto?
-No me pasa nada, mi general, sólo que no voy a permitir que maltrate a la mujer a la que tanto quiero y he querido desde siempre. Alegó Eliseo.
–Te has atrevido a traicionarme y pagarás por eso, infeliz. Vociferó Herrera.
–Si es así, asumo las consecuencias. Respondió Eliseo y se dirigió a Mercedes diciéndole:
-Volveré por ti amada mía...
Eliseo montó en su caballo y sin mirar atrás se dio a la huida. Herrera, desconcertado y furioso, por lo sucedido, ordenó a un grupo de sus soldados perseguir al hombre que lo había traicionado y les mandó traer la cabeza de Eliseo, para corroborar su muerte. El grupo, pesaroso, salió en la búsqueda de su otrora teniente, para cumplir el mandato del general. Galoparon sin parar durante dos días y tres noches, hasta que encontraron evidencia del rastro del teniente.
Mientras los soldados iban tras Eliseo, éste cabalgaba con más fuerza para escapar de la muerte, estuvo escondiéndose en Tinaco y en Laya donde pasó muchos trances y peligros, pero no se rindió ante nada y siguió su rumbo. Finalmente, los soldados lograron descifrar la huida de Eliseo y fue entonces cuando decidieron tenderle una emboscada llegando a El Pao. Allí esperaban a Eliseo, quien se acercaba cada vez más a lo que sería su fallecimiento.
Aproximadamente a las seis de la tarde, los perseguidores lo detectaron. El sargento que los comandaba, ordenó a uno de sus soldados esperar el paso de Eliseo, cuando éste pasó por el lugar, el machete silbó, y de un solo tajo fue decapitado. La cabeza voló y cayó a unos siete metros del lugar, el caballo se encabritó y, en una última acción refleja, el cuerpo del descabezado se posesionó del cabalo, afirmándose en los estribos y sus manos aferradas a las riendas del castaño, que emprendió veloz carrera hacia el lugar donde había venido, poseído por la fuerza del fallecido Eliseo.
Los soldados al ver tal acontecimiento se quedaron perplejos y horrorizados durante unos minutos, pasado este tiempo el sargento dispuso recoger la cabeza de Eliseo para llevársela al general Herrera y así demostrarle el cumplimiento de su mandato. Ellos llegaron a la conclusión que más adelante se encontrarían con el cuerpo, pero ni el caballo ni el cuerpo encima del decapitado, pudieron encontrarse jamás.
Los soldados se dirigieron al aposento de su jefe para contarle todo lo acontecido, allí fue grande su asombro, pues encontraron al general tendido en el suelo y con poca respiración, los soldados le prestaron auxilio y lograron estabilizarlo. Al rato, Herrera, logró volver en sí y entonces contó lo que había presenciado.
– ¡Lo vi! Exclamó, Herrera, con las palabras entrecortadas y un tono tembloroso.
– ¿Qué vio, mi general? Decían los hombres.
– ¡Cuéntenos! Dijo el sargento. Herrera comenzó su narración:
–Estaba caminando cerca de la plaza cuando, de pronto, sentí el galopar de un caballo y voltee, así fue como miré una especie de neblina densa, sentí un escalofrió tan enorme que la piel se me puso de gallina, hasta se me heló la sangre y fue entonces cuando presencié que, a lento paso, como buscando que yo mirara atentamente, al caballo de Eliseo con éste cabalgando sobre su lomo, pero lo macabro de la visión era que el animal lo conducía un descabezado.
–Mi general, fue cierto lo que vio, porque nosotros, acá traemos la cabeza del fugitivo. Le explicó el sargento a cargo de la misión.
Herrera entró cayo en undesconcierto en el que reía sin parar; la noticia lo había trastornado, en aquel momento optó por tomar la cabeza de Eliseo y llevársela a su esposa Mercedes, a la que tenía encerrada en su cuarto, para que no escapara en busca de Eliseo. Cuando el general llegó a la habitación le lanzó a sus pies la cabeza de su amado y ésta horrorizada se tendió en llantos de sufrimiento por la perdida de su gran amor y pidió que al menos se le diera sepultura a la cabeza de Eliseo, puesto que, su cuerpo no tenía paradero.
Al día siguiente, los realistas, finalmente, tomaron San Carlos y lo arrasaron casi por completo, al tiempo que Mercedes, consiguió la resignación que su alma necesitaba, quitándose la vida. Herrera, luego de haber abandonado su puesto de combate y sobrevivir cobardemente, se volvió loco buscando el cuerpo de Eliseo, porque supuestamente él, le salía todas las noches y no lo dejaba vivir en paz.
Cuentan los viejitos del pueblo que Eliseo, se convirtió en una leyenda de terror y que todos los años, en las festividades en honor a la Virgen del Carmen, él cabalga las llanuras de San Carlos, en busca de su cabeza y de un amor prohibido que lo arrastra con su montura, sin descanso alguno hacia las calles de un interminable infierno.
La sirenita

Es una preciosa joven con cabeza y pechos de mujer y cuerpo de pez que habita en las profundidades de los ríos, en búsqueda de un compañero emerge a la superficie de una playa solitaria o barranco donde canta con un dulce acento lastimero. Si un hombre escucha su melodía, éste será atraido hacia el lugar donde se halla la sirenita. El hombre renunciará a todo para marcharse con ella.

El venado de piedra

 En un sitio llamado La Palma, más allá de Chaparral y Mijagual, cerca de Agua Blanca, a Remigio Urbano le salió el venado de piedra o la Sierva de Piedra, porque él no pudo precisar el seo del animal, sólo sabe que una tarde como a las cuatro él se internó en la montaña  para ver si conseguía algún animal para llevar carne para la casa y en un paraje donde había un chorrito de agua vio un venado que estaba calmando su sed. Al instante Remigio preparó su escopeta y se dispuso a cazarlo, pero no se explica porque no disparó sino que  siguió detrás del venado que caminaba lento a corta distancia. Él lo fue llevando y lo fue llevando hasta que Remigio extenuado se paró al pie de un cañafistolo grande que había en el monte, allí se quedó dormido. Cuando despertó duró dos días perdidos y gracias a Dios consiguió el chorrito de agua donde había visto el venado y  por eso se orientó y pudo salir de nuevo a la carretera. Remigio  todavía no sabe por qué no le disparó al venado.
Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela, caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua, por los alrededores de la represa de Las  Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho, éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños, parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen  rato parado sin que mi compadre pudiera dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros, entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres, porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días al levantarnos salíamos a  revisar las trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas estaban vacías. En la penúltima   conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la  tierra como desde la primera trampa respondió con tono  espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas.

jueves, 7 de marzo de 2013

El amo del agua

EL AMO DEL AGUA
            Esta historia en el seno de una familia de apellido Márquez que vivía en Chabasquén, a la orilla del río Chabasquencito. Esta tierra como todo el territorio portugueseño también es patrimonio de duendes y aparecidos. Antes de la dominación española fue tierra de los Cambambas indígenas pobladores de esa región. En 1620 el Gobernador Francisco de la Hoz Berrío reunió a todos los indígenas dispersos en diferentes encomiendas y fundó el pueblo de Chabasquén. El primer cura doctrinero que tuvo este poblado fue el Padre N. Chabas, de este sacerdote se cuenta que un día que andaban los indios de caserío por un lugar conocido hoy como la Ermita, vieron un bulto semejante a ese animal legendario y misterioso que llaman “El Salvaje” y lo atravesaron con una flecha, al llegar al sitio y revisar la “presa” con asombro y mucho dolor constataron que se trataba del Padre Chabas. Desde ese momento dicen que Chabasquén fue la región maldita del Estado Portuguesa. También se dice que el Padre Chabas cuando pasó el río chabasquencito, dejando el pueblo atrás, lo maldijo para siempre. Lo cierto es que el pueblo de Chabasquén estuvo, después de ese incidente, durante mucho tiempo sin cura doctrinero. Hasta que el 6 de marzo de 1777, se construyó una capilla, fuera del poblado, en el sitio denominado La Playa, a orillas del río Biscucuy, allí nació posteriormente, el pueblo de San Antonio de las Playas de Biscucuy, hoy Biscucuy. Era necesario hacer esta referencia inicial para ilustrar, hasta cierto punto, por qué desandan por las calles de Biscucuy  y Chabasquén, estos dos pueblos hermanos, de la zona alta, tantas figuras fantasmales, ruidos extra-sensoriales, silbidos, aullidos y llantos lastimeros inexplicables.
            Cuenta el profesor y poeta Ángel Márquez, hoy cronista popular del pueblo de Biscucuy, que cuando él estaba pequeño vivía con su familia en una casa de corredor grande a orillas del río Chabasquencito y que era usual, por las noches escuchar el alboroto que formaban los animales que se quedaban en el corredor, como si alguien entrara y los espantara.
            Una noche, estando ya durmiendo oyeron una persona que calzando botas entró al corredor y caminó varias veces con pisadas fuertes, luego se metió en la cocina y movió todas las ollas y latas que allí habían. Después salió y al pasar frente a la puerta del cuarto donde estaba durmiendo su mamá, sus hermanos y el, tosió y se aclaró la garganta. En la mañana todo estaba igual. No había rastro de pisadas y en la cocina todo estaba tal como su mamá lo había dejado.
            Una tarde como a las seis, cuenta el profesor que estaba  él parado en el corredor y de allí se podía ver la playa del río. Inesperadamente vio que del río salió un hombre vestido de blanco con un mandador en la mano y se aproximó a la casa. El se quedó paralizado…inmóvil.  El hombre era alto y flaco. Él lo vio bien porque le pasó por un lado y cuando llegó al corredor comenzó a golpear con el mandador a todas las gallinas y los perros que estaban allí. Los perros lanzaron unos aullidos tan espeluznantes que fue lo que asustó al profesor, quien cayó desmayado. Por el ruido de los animales salió la mamá y según ella le contó, lo encontró tirado en el suelo, blanco como un papel y le dieron a oler plumas de gallina quemadas para que volviera en sí. Cuando le contó a su mamá lo que había visto, ella le dijo: Debe ser que tú te metiste con él porque yo lo veo pasar casi todas las tardes y a mí no me hace nada.
            Rafael Báez, una trabajador de la granja “Villa Ilusión”, sector Los Tanques, Araure, narró  que en esta misma zona, hacia, el cerro donde llaman “La Guafita” hay una guafa que según dicen que está llena de oro, plata, esmeraldas, rubíes y todo tipo de material precioso. Esa guafa tiene muchísimos años clavada en ese cerro y debajo de la guafa hay un pozo de agua tan clara que si uno observa con atención ve que el agua que sale de la guafa destila como un polvillo amarillo. De allí la leyenda de que la guafa está llena de oro.
            En un recodo, como en una cueva, está un cajón amarrado con cadenas y semienterrado en la montaña. Este cajón suena por dentro como si fuera un enjambre de abejas o una fuerte tempestad. Un señor de nombre Jonás Calazán vino con un amigo dispuesto a sacar ese tesoro. Traían martillos, tenazas, alicates alambres, cadenas, mandarrias, ceguetas y hasta pólvora. Cuando comenzaron a golpear el cajón se oscureció la tarde como si fuera a llover y “Los buscadores de tesoros” comenzaron a sentir un frío espantoso. El amigo de Jonás, por terquedad, se negó a regresar y cuando lo bajaron del cerro ya estaba muerto. Jonás Calazán duro casi ocho días para recuperarse, porque llegó a su casa casi tullido y morado del frío que sufrió en el cerro de “La Guafita”.
            En la Florida, hace unos cuarenta años también ocurrió un caso digno de mencionar: Un señor llamad Alejandro Terán tenía unas tierras en La Aduana, había sembrado tomates y se le estaban perdiendo porque no conseguía obreros para recoger la cosecha y le pedía ayuda a los hijos y a su mujer, pero nadie quería ayudarlo. El era un hombre uraño, refunfuñón y como dicen en el llano “malasangre”. Una mañana se levantó muy temprano y despertó a toda la familia y les obligó, con insultos, a que fueran ayudarle a recoger los tomates y todos salieron con él. Para llegar a la parcela era más rápido, en ese tiempo, navegar en balsa por la Portuguesa y así lo hicieron. Todos se embarcaron, cuando iban en la mitad de la corriente, el caudal del río aumentó considerablemente y la deteriorada balsa comenzó a hundirse al vaivén de la creciente. Alejandro Terán iba remendado con otro señor, amigo de la familia. De repente soltó los remos, le quitó a su hija la niña (su nieta) que llevaba en los brazos y sin mediar palabras se lanzó a las turbulentas y oscuras aguas. Tres días duraron buscando los cadáveres. Al tercer día consiguieron el pañal de la niña y después su cuerpecito sin vida, sostenido por una “carama” de palos. El señor Alejandro se perdió y jamás se encontró, ni vivo ni muerto. Transcurrieron unos seis años desde la desaparición de Alejandro Terán y un día el señor José Castillo vino y le dijo a la Señora Aura Pérez, cuñada de Alejandro Terán de esta historia: Sabe que estuve en Sorte y Alejandro Terán no está muerto. Yo lo vi vestido de kaki, trabajando en la montaña como súbdito de María Lionza, estaba “echando pico” y era él, estoy seguro, porque le vi bien la cara.